Conocí a Rimbaud
en una estación de tren.
En su hatillo llevaba un arcoíris
de agua, tres bombillas llenas de peces
y una estrella de sangre.
Dijo que iba al desierto de Harar
para vender hombres de barro
a cambio de lunas de bronce.
Yo no iba a ninguna parte.
Muchas veces las estaciones de tren son
callejones sin salida.
Fotografía: Cris Domercq
Texto: Juan Bello
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