6.3.10


La plaza llena de gente, orquesta y botellas que estallan contra el suelo, noche cálida de verano, el mar pegajoso enfrente, y nosotros mirando las luces artificiales, luciérnagas que envuelven los cuerpos, y caminamos sobre los cristales, el vidrio roto del cielo colmado de estrellas, mirando la piel lisa de las muchachas, el tiempo detenido e inalcanzable, música mordiendo el silencio de polvo, paseo marítimo y muchachas tambaleándose, conversaciones sin sentido, jóvenes brindando por derrotas que ya no importan, coches que ensordecen la noche un instante, atracciones de feria y parejas en rincones oscuros, cuando acaba la música voces ácidas y sonrisas violentas, echamos a andar bordeando la desesperación, gravilla bajo los pies y promesas que nunca se cumplen, y el mar rompiéndose una y otra vez, subimos a la roca más alta, el horizonte borroso y el faro abajo, el frío de la madrugada clavándose en nuestra piel, la oscuridad más profunda a punto de amanecer y los ojos bien abiertos, y la vida sin peso como una huella en la arena, el viento borrando cada gesto de la noche, el día que empieza y raya la piedra que la marea erosiona, y ante nosotros aparecen de nuevo las formas de las calles y las casas, el mundo y su engranaje perfecto y un sol que arde como un cigarrillo y todo está en calma y la memoria vuelve a ser transitable.


Fotografía y texto: Juan Bello

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